Palabra del Dia (31-03-2017)

Del Evangelio según San Juan 7:1-2; 10:25-30

Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este aquel a quien querían matar?
¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías?
Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es».
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: «¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen.
Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió».
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.

Comentario al Evangelio

Los judíos quieren matar a Jesús. Jesús trata de esquivarlos, pues todavía no era su hora. Le quieren matar porque les resulta molesto; su coherencia y su modo de vivir les resulta insultante. Les resulta “fastidioso”, dice la primera lectura, que Jesús, el justo, se “oponga a su modo de actuar”, les reproche sus criterios… “su sola presencia les resulta insoportable”. Por eso, lo mejor que pueden hacer es hacer desaparecer a este que lleva “caminos diferentes” y una vida “distinta de los demás”. Se trata, pues, de matar al mensajero. Matándolo a él, se acabó la incomodidad. “Muerto el perro… se acabó la rabia”, dice el refrán popular.

Pero Jesús se reafirma ante ellos, declarando que él hace lo que hace porque vive «conectado» a la fuente, a Dios Padre. Esta unión íntima de Jesús con el padre le permite afirmar que él conoce al Padre. No le conoce para revelarnos datos sobre él y así saciar nuestra sed de conocimiento. Lo que Jesús quiere es llevarnos a un encuentro personal con ese Padre que él ha descubierto y que es capaz de hacer felices a los hombres. La manera que tienen de actuar y vivir aquellos fariseos hace ver que ellos no conocen la verdad de Dios. No quieren ver. Dicen que ven, pero en verdad, están ciegos. Se niegan a aceptar la luz que nos viene de Dios. A veces también nos sucede a nosotros, que no acabamos de aceptar la palabra de Dios que nos viene a través de Jesús. No aceptamos la verdad profunda del Evangelio y preferimos quitarnos a Jesús de en medio de nuestra vida, matando al mensajero, para que no resulte molesto.

La experiencia del encuentro, sin embargo, cuando es real y verdadera, se convierte en una alegría tan desbordante que uno ya no puede vivir sino siguiendo a este maestro y queriendo vivir según la voluntad del Señor. Es la verdadera conversión. Cuando uno se encuentra con el Señor, toda su vida se redimensiona y toma un nuevo rumbo.

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Palabra del Dia (15 de marzo de 2017).

Del evangelio según san Mateo 20,17-28

En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.»
Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: «¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Comentario

La Palabra de hoy nos dice cómo Jesús atraviesa Galilea en compañía de sus discípulos. Él les comparte cómo tendrá que sufrir la pasión, al igual que todos los grandes profetas de Israel; la Buena Noticia del Reino de Dios será dada a luz con dolores de parto, en medio de la contradicción y el rechazo de las autoridades de la nación.

Eleste proyecto de vida que propone Jesús aún no ha sido asimilado por sus seguidores, su pensamiento está centrado en quién es el más grande, el más importante entre ellos. Sus deseos están en total desacuerdo con el mensaje del Maestro, que anuncia el cambio del mundo a través de la renuncia al poder absoluto, egoísta y excluyente.

Hoy día, se juega el juego de la competitividad despiadada por los primeros puestos, esperando ser servidos. Según la enseñanza de Jesús nadie es más que nadie, todos poseemos la misma dignidad y merecemos respeto y consideración. Por ello, todos estamos llamados a enseñar la importancia del servicio: el Reino se construye con el aporte de todos, servir sin esperar nafa a cambio

Los conflictos podrán ser superados fácilmente cuando todos estemos realmente implicados en la construcción
del Reino de Dios.

Felix Bastidas Tamayo

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SÁBADO FAMILIAR PRO FONDOS EMAÚS

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PALABRA DEL DÍA (14-03-17)

Del evangelio según san Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Comentario de Evangelio de Hoy:

Dentro de la religión judía, los fariseos eran reconocidos como estrictos cumplidores de la Ley de Moisés; alardeaban de ser personas muy devotas y observantes de la pureza ritual, situación que les motivaba a vivir “separados” de los demás.

Jesús enseña que su Padre conoce la profundidad del corazón humano y se compadece del humilde. *El orgulloso, el altanero, el que desprecia a los demás, aunque trate de hacer mil méritos con sus obras no alcanzará la misericordia divina*. Dios se fija en la humildad del corazón, no en las apariencias. No se puede manipular a Dios; Él es el enteramente libre y da su salvación a quienes con fe le reconocen como Padre.

El centro de la experiencia de fe no debe ser el cumplimiento de las leyes del culto, o la buena imagen que podamos mostrar a los otros, o en la devoción desligada del amor a los semejantes. La balanza que revela cuán cerca estamos de Dios se equilibra necesariamente amando al prójimo, al ser humano que tenemos cerca, a los despojados de su dignidad y a los que han sido abandonados al margen de los caminos de la historia como desechables. Se trata de un amor sin condiciones ni negociación, un amor natural que surge por el mero hecho de ser “humanos” y que actúa sanando con el aceite del perdón y el vino de la compasión.

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Marzo 2017

En los preparativos para nuestro VIII Retiro

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Auméntanos la Fe

LUCAS 17, 5_10

Aumenta nuestra fe.

5 Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.»

6 El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido.»

El deber del siervo.

7 «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?"
8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"
9 ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?

10 De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.»

El tema del evangelio de hoy es delicado e importante, se trata de la fe de los apóstoles. Conscientes de la debilidad de su fe, le piden al Señor: “Auméntanos la fe”. La respuesta y la comparación de Jesús con el grano de mostaza, algo insignificante y pequeño, se refiere a ellos y al resto de discípulos, la cuestión central es la fe del seguidor de crist, como una respuesta personal a su llamada. No es cuestión de falsa humildad, la fe es el tema central de nuestra vida cristiana, que los apóstoles tuvieron que ir descubriendo durante un proceso. Hoy como ayer, un seguimiento de Jesús no basado en una experiencia de Dios, es difícil que llegue a ser cristiano y un cristianismo no basado en la experiencia personal y comunitaria de la fe, es como dice el Evangelio: “edificar una casa sobre arena”. El ser cristiano no es una prueba corta ni sencilla, no es una carrera de cien o mil metros, es una carrera larga y difícil, es un maratón.

Si tenemos en cuenta que: lo que predomina en nuestro tiempo, es no haber tenido ninguna experiencia religiosa, no haber sido afectados, ni menos transformados, por algo que pueda ser denominado Dios. Este déficit en nuestros días es mucho mayor, ya que vivimos en una sociedad privatizada, individualista, consumista, con falta de valores, plural, laicista… que hace que el tema religioso, siendo en algunos una aspiración o deseo, (aunque muchos participan de la religiosidad popular, se bautizan, comulgan, se casan, entierran…), no se traduzca en una fe y menos en una participación en la estructura eclesial.

La experiencia de Dios es un encuentro, es decir, una forma de vida y de situarse ante la realidad y ante el Evangelio que agarra a la persona de manera afectiva y efectiva, en este sentido la experiencia es mucho más que la vivencia. Por lo tanto no es una conquista nuestra, nos transforma, nos da un corazón nuevo, es un camino no una meta, se realiza en el mundo, es vivida en la Iglesia. De ahí, que hacer experiencia de Dios, supone dejarse transformar en los pensamientos, sentimientos y afectos por Él. Dios está presente en el mundo, en la historia, en la Iglesia, en los acontecimientos de las personas. “En Él vivimos, nos movemos y existimos” decía San Pablo en el famoso Areópago de Atenas.

Esta experiencia de Dios se verifica, encarnándonos en la realidad como Jesús, optando por los pobres, en el compromiso y la lucha por la justicia. Entre los pobres y la experiencia de Dios existe un aire de familia, lo que nos lleva en palabras de Ignacio Ellacuría a: “hacerse cargo de la realidad, cargar con la realidad y encargarse de ella a través de un compromiso político”.

Pero para hacer esta experiencia, tiene que haber persona. Una persona con capacidad de interpretar y vivir la propia vida desde dentro, inquieto, que explore la existencia, que no se conforme con las respuestas prefabricadas, que esté en búsqueda, que se plantee interrogantes, que sea solidario, que no esté dominado por los intereses, que tenga capacidad de admiración, que crea en lo pequeño, capaz del silencio, soñador de utopías… yo suelo decir: que tenga imaginación para entender lo simbólico.

Tiene que hacer oración y celebrar la Eucaristía, si quiere mantener y cultivar la experiencia de Dios. “La oración es a la fe lo que la respiración es a la vida “(Romano Guardini). Sin capacidad de leer el Evangelio y desde él hacer una lectura creyente de la vida, de presentar a Dios lo que nos acontece, en la Eucaristía, de escuchar y seguir el ejemplo de Jesús “Haced esto en memoria mía”, no se puede vivir una vida cristiana. Teniendo en cuenta también a los grandes testigos que son los modelos para vivir el Evangelio: entre ellos los apóstoles que en el texto piden que se le aumente la fe y los santos.

Y todo esto vivirlo en comunidad, la carencia de una comunidad, fácilmente concluye con el comienzo de un camino sin retorno, hacia la perdida de la fe. La comunidad nos invita siempre a la revisión de nuestra vida, a contar con la ayuda de otras personas, a estar acompañados y acompañar, a vivir fuera y dentro, a celebrar juntos nuestra fe. Hoy más que nunca, parece claro que la fe no se puede vivir en solitario, fuera suele hacer frio, como Jesús, necesitamos la comunidad aunque sea de doce, el cristianismo es una opción comunitaria.

Y, “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”, casi nada. Por eso para llevarlo a cabo “sin tirar la toalla” no basta con haber escuchado “los ladridos de otros”; es necesario haber “visto la liebre”, por eso os cuento una historia que nos puede servir para la reflexión de este día.

SEGUIR LA LIEBRE

“La experiencia de Dios se puede comparar con varios perros que persiguen a una liebre. El perro que la ha visto empieza a ladrar con todas sus fuerzas y sale corriendo detrás de ella. Otros perros oyen sus ladridos y lo siguen. Pero antes o después llega un momento en que se detienen todos los perros que han oído únicamente los ladridos. Sólo siguen corriendo los que realmente han visto la liebre. Este relato ilustra la penosa situación de muchas personas que buscan. Viven exclusivamente de ladridos provocados por otros ladridos, provocados a su vez por otros ladridos. A la larga, esto no es suficiente. Son personas que buscan a Dios, que buscan el sentido y la plenitud de la vida, pero sólo oyen a alguien que ha oído que alguien ha oído” (Piet Van Bremen, “Lo que cuenta es el amor. Ejercicios espirituales en la vida”. pg. 19, Sal Terrae. Año 2.000).

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Previo a la Eucaristía

Muchos van a Misa con la expectativa de sacar mucho provecho de ella, pero lo que se obtiene en la Misa depende de qué tipo de cambio se está dispuesto a hacer antes, durante y después de la celebración, porque lo que se pone en la Misa determina lo que se obtiene de ella.

Permitidme que os de alguna sugerencia que me ha ayudado a sacar más provecho de la Misa. Aquí hay ocho rápidas indicaciones:

1. Prepárate adecuadamente para la Misa

• Lee y estudia las lecturas antes de ir a Misa, y escucha con atención cuando se proclama la Palabra.

• Estudia las enseñanzas de la Iglesia. Cuanto más conozcas a Jesús y su Iglesia, más la amarás. No se puede amar lo que no se conoce.

• Confiésate regularmente. Esto te ayudará a prepararte espiritualmente.

• Reza cada día. ¡Sin oración no tienes poder espiritual!

• Vístete de manera apropiada. Vas a encontrar al Rey de los Reyes. No te vistas como si fueras a una cita a comer, a la calle o a clase. Es una ocasión especial.

• Llega a tiempo y siéntate delante. Menos distracciones y más tiempo para la oración antes de la Misa.
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• Una vez en la Iglesia, no hables y no mires a las personas. Reza.

2. Ten una actitud adecuada

• No esperes algo entretenido. Estás allí para ofrecer a Dios adoración y recibir la gracia.

• Busca a Dios en cada momento de la Misa.

• No permitas que las distracciones externas turben tu paz interior.

• Encuentra en la predicación una información preciosa para llevarte a casa.

3. Participa plenamente

• Canta, aunque desafines.

•Responde a las plegarias y reza con ganas. Da todo a Dios y no te preocupes de los demás.

• Recuerda que la Misa no es momento para las relaciones sociales.

• Ofrece a Dios tu dolor y tu sufrimiento, tu alegría y tus oraciones.

4. Escucha la Palabra de Dios, y déjale que te cambie

• ¿Estás abierto a la posibilidad de que Dios te cambie? Si no lo estás, no cambiará.

• Escucha la Palabra que se proclama y déjala que te desafíe.

• Encuentra un elemento de la homilía que aplicar durante la semana.

5. Conoce, comprende y proclama tu fe

• No te limites a recitar el Credo – proclámalo comprendiendo lo que dices.

6. Da el diezmo. Si cada católico diera el diezmo, piensa en todo lo que se podría hacer.

• Sí, es nuestro deber sostener a la Iglesia, pero más por nuestra fe que por la Iglesia.

• La mayor parte de la gente da una “propina”, no el “diezmo” – da el diezmo y no una propina.

• Ofrecer el diezmo nos ayuda a ordenar correctamente los dones que Dios nos ha dado.

7. Cuando recibes a Jesús en la Eucaristía, entiende lo que estás haciendo

• Estás asumiendo el Cuerpo, la Sangre, el alma y la divinidad de DIOS.

• Te estás uniendo al cielo en la tierra.

• Te estás haciendo una cosa sola con el Cuerpo de Cristo.

• Ten reverencia.

• Comprende que Él está en todos los que le hayan recibido.

8. Habla a los demás de Él

• Ahora tienes el poder de evangelizar (compartir la Buena Noticia de Cristo), que es el motivo por el que existe la Iglesia.

“Si comprendiéramos de verdad la Misa, moriríamos de alegría” – San Juan María Vianney

​Marcel Lejeune 28-02-2015​
www.aleteia.org

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Las solemnidades en la Iglesia

En la Iglesia católica, una solemnidad constituye el rango más elevado de las celebraciones litúrgicas, por conmemorar un hecho de primer orden para la fe.1

Las solemnidades cuentan con lecturas propias tomadas del Leccionario dominical y sus misas poseen oraciones propias para cada una de ellas (oración colecta, oración sobre las ofrendas, oración de postcomunión, antífona, prefacio, e incluso la bendición solemne). Todas las solemnidades tienen Oficiopropio y comienzan al ataredecer del día anterior con la celebración de las primeras «Vísperas», algunas incluso tienen «Vigilia», es decir misa propia el día anterior (Navidad, Pascua, Pentecostés) y las de mayor importancia cuentan con «Octava», es decir la celebración se prolonga durante toda la semana que sigue (Pascua y Navidad).

Solemnidades Centrales del Año

Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Es el centro del año litúrgico. Comienza en la tarde del Jueves Santo con la Misa Vespertina de la Cena del Señor, continúa con la Celebración de la Muerte del Señor en la tarde del Viernes Santo y culmina con la solemnísima Vigilia Pascual en la Noche Santa de la madrugada del Domingo de Resurrección. Es la solemnidad central del año y está prohibida cualquier otro tipo de celebracioón durante estos días. En caso de que alguna solemnidad caiga dentro de la Semana Santa o del Triduo Pascual, se pospone hasta después de la Octava de Pascua. Cualquier otro tipo de celebración, sea fiesta o memoria, se suprime. Dentro del Triduo Pascual, merece mención aparte el Domingo de Resurrección.
Domingo de Resurrección en que se celebra la Resurrección del Señor y su victoria sobre la muerte y el pecado. Es el tercer día del Triduo Pascual e inicia el Tiempo de Pascua. Es el día central de todo el año litúrgico.

Domingos

Todos los domingos del año se celebran como solemnidad ya que es El Día del Señor. Los domingos solamente ceden su celebración a las solemnidades o fiestas del Señor que caigan en ese día, salvo que sean domingos de Adviento, Cuaresma o Pascua, en los que cualquier otra solemnidad (ver abajo lista de solemnidades) que caiga en cualquiera de éstos domingos, se adelanta al día anterior o se retrasa al día posterior. Es decir, si una solemnidad o una fiesta del Señor cae en domingo del tiempo Ordinario o del tiempo de Navidad, se celebra la solemnidad o la fiesta en lugar del domingo. Pero, si cae en un domingo del tiempo de Adviento, del tiempo de Cuaresma o del tiempo de Pascua, no se puede celebrar porque éstos domingos tienen preferencia y se pasa al día anterior o al posterior. En el caso de que coincidiese alguna solemnidad con el Domingo de Ramos o con el Domingo de Resurrección, las normas son aún más restricitvas, de modo que automáticamente, la solemnidad en cuestión se trasladará a la semana posterior a la Octava de Pascua, pero nunca en domingo. Destacan los siguientes domingos que se celebran de forma especial que, junto con el Domingo de Resurrección mencionado arriba, tienen preferencia sobre cualquier celebración y que de ninguna manera se pueden celebrar otras fiestas en ellos:

Domingo de Pentecostés donde se celebra la Venida del Espíritu Santo y el envío de los apóstoles, por parte de Jesús, a predicar el Evangelio. Día que cierra el Tiempo de Pascua.
Domingo de Ramos en que se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén donde es aclamado como rey y a la vez se rememora la Pasión del Señor. Día que abre la SemanaSanta.

Solemnidades del Señor

La solemnidad del Señor más importante es el Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Despúes, por orden de preferencia están las siguientes:

Estas solemnidades están a la misma altura y solo están por debajo del Triduo Pascual. Si caen en domingo tienen preferencia sobre la celebración del domingo, ya que se celebran momentos muy importantes de la vida de Jesús y para el cristianismo:

Natividad del Señor (25 de diciembre)
Epifanía (6 de enero)
Ascensión del Señor (7º domingo de Pascua)
Pentecostés (8º domingo de Pascua)

Las siguientes también son muy importantes pero los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua tienen preferencia sobre ellas, aunque la coincidencia solo se da con la primera, ya que el resto se celebran en el tiempo ordinario:

Anunciación del Señor (25 de marzo)
Santísima Trinidad (domingo después de Pentecostés)
Corpus Christi o Del Cuerpo y la Sangre de Cristo (domingo después de la Santísima Trinidad, aunque antiguamente se celebraba el jueves anterior a dicho domingo)
Sagrado Corazón de Jesús (viernes después de Corpus)
Jesucristo, Rey del Universo (último domingo del año litúrgico)

Solemnidades de la Virgen María (Marianas)

Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
Anunciación del Señor (25 de marzo)
Asunción de la Virgen María (15 de agosto)
Inmaculada Concepción (8 de diciembre)

Otras Solemnidades

San José, esposo de la Virgen María (19 de marzo)
• Natividad de San Juan Bautista (24 de junio)
San Pedro y San Pablo, apóstoles (29 de junio)
Todos los Santos (1 de noviembre)

Las celebraciones de los santos patronos de una localidad, municipio, ciudad o país tienen rango de solemnidad, independientemente de la categoría litúrgica con que figuren en el martirologio. Es decir, un santo puede celebrarse en el martirologio romano con memoria (obligatoria o libre), festividad, o sin una categoría litúrgica concreta; pero si se trata del santo patrón del municipio, se celebrará en ese lugar como una solemnidad.

Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero; en Francia).
Santiago Apóstol (25 de julio; santo patrón de España).
San Isidro, patrono de Madrid (15 de mayo).
Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre; patrona de México).
Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela (11 de septiembre).
Nuestra Señora de Luján, patrona de la República Argentina (8 de mayo).
Nuestra Señora del Carmen, patrona jurada del Estado de Chile (16 de julio y último domingo de septiembre).
Nuestra Señora de Los Ángeles, patrona de Costa Rica (2 de agosto).
Nuestra Señora de Setefilla, patrona del municipio andaluz de Lora del Río (8 de septiembre)
• Además en Venezuela tenemos otra solemnidades como La divina Pastora en Lara, La Chinita en Zulia y la Virgen del Valle en Nueva Esparta

Tomado de; https://es.wikipedia.org/wiki/Solemnidad

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“Principio, Centro y Meta”

Nuestro propósito es estar con el Señor, hacernos sus amigos, contemplar su rostro para que su imagen se fije en nuestra mente y así poder caminar a la luz de su figura para que los que nos ven, lo vean.

¿Quién es Jesús?: “el Hombre para los hombres” su razón de Ser es estar al servicio de los demás.

Pero antes de ser el Hombre para los hombres, fue el Hombre abierto al Padre. Cuando quería entrar en el trato inmediato y personal con el Padre, lo hizo sólo, siempre sólo y en un lugar retirado. Es ahí donde vemos a un Jesús humano y frágil, como necesitado de un trato íntimo con el Padre, estar a solas con el Padre…era una delicia y una necesidad.

Fundamento del Servicio: el Amor

“El que quiera seguir a Jesús que comience por caminar detrás de Él a la soledad de la montaña…”

Pero Jesús no se quedaba en el monte… regresaba al pueblo para amar de mil formas y maneras. Pasó por todas partes haciendo el bien a todos…en toda su vida no hizo otra cosa que Servir y amar!

Después de lanzar la semilla, se preparó para la suprema prueba del Amor: desparecer, depositando su vida en las manos del Padre como máxima ofrenda de Amor y precio de rescate; exiliado de todos los derechos; hecho pobre absoluto, en el Amor absoluto.

No quiso ser un espectador compasivo de sus heridas, asumió el dolor de la humanidad en su propio dolor.

En el calvario, el inmenso cúmulo del sufrimiento humano, una vez transformado el dolor en Amor, adquirió sentido de redención y valor de expiación, y sí el dolor fue santificado para siempre. La sangre derramada, la muerte del profeta rechazado y asesinado por los supuestos “representantes de Dios”, fue depositada en las Manos del Padre. En la Cruz, el Amor y el Dolor tocaron el vértice más alto del mundo.

Qué haría Jesús en mi lugar?

Una vez que resucita, Cristo Jesús inicia su carrera de incesante crecimiento: Cuando Él sea Todo en todos, será la plenitud del Cristo Total. Él nace y crece en la medida en que nosotros encarnemos en nuestras vidas sus sentimientos, actitudes, reacciones y estilo general.

Por medio de nosotros, irá naciendo y creciendo, cada vez más, hasta la estatura completa que le corresponde, y que se consumará al final de la historia.

Crecerá en la medida que seamos sensibles como Jesús, por todos los necesitados del mundo, en la medida en que los pobres sean nuestros predilectos.

En la medida que tratemos de ser como Jesús: pacientes y humildes. En que reflejemos paz, dominio de nosotros, fortaleza, seguridad y serenidad; con silencio, paciencia y dignidad. Perdonando, callando; cuando no nos interese nuestro prestigio sino la gloria del Padre y la felicidad de los hermanos. Cuando arriesguemos la piel con valentía ante los intereses del Padre y de los hermanos. Cuando seamos sinceros y veraces como Él.

En que vivamos despreocupados de nosotros y preocupados de los demás. En fin, si pasamos por la vida haciendo el bien a todos.

En la medida que sintamos a Jesús, resucitado y presente, aquí, ahora, Vivo. Utilizando el verbo SENTIR, no en el sentido de emocionarse, sino en PERCIBIR.

Sentir que me toca esa llaga y me la cura; ahuyenta mis temores; que poco a poco va asumiendo y transformando mi personalidad, va tomando mi lugar y va sustituyendo mi modo de ser para que sea Él quien mande y gobierne en mi lugar. “Yo ya no soy yo, es Cristo quien vive, siente, piensa, actúa, en mí y a través de mí!”

Y así, armado por dentro de la figura de Jesús; ahora que estoy enteramente poblado de la presencia de Jesús, regreso a la vida. A partir de esta reflexión, vamos a reducir todo a una pregunta: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?!”

Jesucristo ha Resucitado!

En verdad Resucitó!”

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Palabra del Día (05 de junio de 2016)

Evangelio según san Lucas 7,11-17.

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores". Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo". El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Comentario del Evangelio por san Fulgencio de Ruspe (467-532), obispo en África del Norte. El perdón de los pecados; CCL 91A, 693.

«Yo te lo ordeno, levántate»

«En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de última trompeta, porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados». Al decir «nosotros», enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de la transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se asemejan a él y a sus compañeros por la comunión con la Iglesia y por una conducta recta. Nos insinúa también el modo de esta transformación cuando dice: «Esto corruptible tiene que revestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse e inmortalidad» (1Co 15,52-53). Pero a esta transformación, objeto de una justa retribución, debe preceder antes otra transformación, que es puro don gratuito.


La retribución de la transformación futura se promete a los que en la vida presente realicen la transformación del mal al bien.


La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta, inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en efecto, el objetivo al que tienden, primero, la gracia de la justificación y, después, la transformación gloriosa.


En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es la iluminación destinada a la conversión; por ella, pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la justicia, de la incredulidad a la fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los que así obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el Apocalipsis: «Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección, sobre ellos la segunda muerte no tiene poder» (20,6). Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición gloriosa.

Reflexión

Hoy el Evangelio nos revela algo maravilloso: El Señor nos visita para sanar nuestras heridas, dolencias y aflicciones. ¿Cada cuánto percibimos que el Señor llega a nuestras vidas y entra para sanar?

En lo complejo de nuestras vidas –confrontada muchas veces con el devenir de las situaciones que nos golpean- poco le dedicamos a pensar, pero sobre todo a sentir la presencia de Dios en nosotros, eso por una parte; y por otra, que tildamos de exagerados o fanáticos a quienes viven en función de una búsqueda sensorial de Dios. Quizá lo apropiado sea un punto medio; pero ¿cuál es? La respuesta la tenemos cada uno en nuestros bolsillos.

Mí búsqueda de Dios se orienta por patrones que no necesariamente sean comunes a todos los que hacemos vida dentro de la Iglesia e incluso dentro de mi propia familia; por tanto, lo importante es saber el rol que juega Dios y su dimensión en mi vida… en la de cada uno de nosotros. Sin importar que esas dimensiones nos conduzcan a diatribas o complejidades, lo cierto es que cuando el Señor entra en la vida de cada uno lo hace haciéndose sentir… para nada actúa con timidez.

La viuda de Naím llora la pérdida, como nosotros lloramos nuestras propias perdidas, la diferencia estriba en que ella acepta que la presencia de Dios llega para enfatizar la esperanza de la salvación. ¿Hemos pensado en esto? La salvación del cristiano con vista a la vida eterna puede parecer una utopía si sobre esa esperanza están puestas las circunstancias terrenales, esos tesoros que con celos guardamos en la caja fuerte de la vida. Por el contrario si la esperanza la colocamos en la construcción de una vida futura –aunque incierta- dentro del ámbito de Dios, el camino que ahora emprendamos se verá recompensado de frutos más jugosos; esos que nos llegan aun sin darnos cuenta.

Nosotros también como el hijo de la viuda de Naím podemos escuchar la voz de Cristo que nos invita a levantarnos de donde nos encontramos. Quizá somos ciegos, sordos, lisiados, parecemos muertos, pero la gracia de Jesús tiene el poder de resucitarnos…, si nosotros le dejamos, si oímos su voz, si lo seguimos sinceramente. Dios hace milagros con la persona que se le presta y que es dócil. Si el corazón se deja tocar por Cristo, entonces su gracia se convierte en una fuerza transformante, que sana y restablece lo que estaba enfermo.

Ante la sensación de impotencia, procuremos reaccionar con sentido sobrenatural y con sentido común. Sentido sobrenatural, en primer lugar, para ponernos inmediatamente en manos de Dios: no estamos solos, «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16). La impotencia es nuestra, no de Él. La peor de todas las tragedias es la moderna pretensión de edificar un mundo sin Dios e, incluso, a espaldas de Dios. Desde luego es posible edificar “algo” sin Dios, pero la historia nos ha mostrado sobradamente que este “algo” es frecuentemente inhumano. Aprendámoslo de una vez por todas: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Con sentido común: el dolor no podemos eliminarlo. Todas las “revoluciones” que nos han prometido un paraíso en esta vida han acabado sembrando la muerte. Y, aun en el hipotético caso (¡un imposible!) de que algún día se pudiera eliminar “todo” dolor, no dejaríamos de ser mortales… (por cierto, un dolor al que sólo Cristo-Dios ha dado respuesta real).

El espíritu cristiano debe ser “realista” (no esconde el dolor) y, a la vez, “optimista”: podemos “gestionar” el dolor. Más aún: el dolor es una oportunidad para manifestar amor y para crecer en amor. Jesucristo —el “Dios cercano”— ha recorrido este camino. En palabras del Papa Francisco, «conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) del que está caído, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen [de fragilidad]. Las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias. La compasión se convierte en comunión, en puente que acerca y estrecha lazos».

Pidámosle al Señor la fortaleza necesaria y suficiente para convertir el dolor en amor y transformar el mal en bondad; solo así sanaremos y construiremos nuestra vida eterna.

Bendecido Día nos conceda el Señor; recuerda que aunque la bondad y solidaridad no son noticia para los medios, aunque estos signos de amor parezcan por momentos débiles u ocultos, “el bien vence siempre”.

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