Acortemos las distancias…

Acercarse a las personas marginadas, acortar las distancias hasta tocar sin miedo de ensuciarse: Esta es la «cercanía cristiana» que nos mostró Jesús liberando al leproso de la impureza de la enfermedad y también de la exclusión social. A cada cristiano, y a toda la Iglesia, el Papa pidió tener esta actitud de «cercanía» durante la misa del viernes 26 de junio, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. La próxima celebración está prevista para el 1 de septiembre.

«Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente»: El Papa Francisco inició la homilía repitiendo las primeras palabras del Evangelio de Mateo (8, 1-4) propuestas por la liturgia. Y toda la gente, explicó, «había escuchado sus catequesis: estaban maravillados porque les hablaba “con autoridad”, no como los doctores de la ley» a quienes estaban acostumbrados a escuchar. «Estaban maravillados» señala el Evangelio.

Y, por lo tanto, precisamente «esta gente» se puso a seguir a Jesús sin cansarse de escucharlo. De tal modo que, recordó el Papa, esas personas «se quedaron toda la jornada y, al final, los apóstoles» se dieron cuenta de que seguramente tenían hambre. Pero para ellos «escuchar a Jesús era una alegría». Y, así, «cuando Jesús terminó de hablar, bajó del monte y la gente lo seguía» reuniéndose «alrededor de Él». Esta gente, recordó, «iba por las calles, por los caminos, con Jesús».

Pero «estaban otras personas que no lo seguían: lo miraban de lejos, con curiosidad», preguntándose: ¿pero quién es este?». Por lo demás, explicó el Papa Francisco, «no habían escuchado las catequesis que tanto maravillaban». Y así, había «gente que miraba desde la acera» y «estaban otras personas que no podían acercarse: les estaba prohibido por la ley, porque eran “impuros”». Precisamente entre ellos estaba el leproso del que habla san Mateo en el Evangelio.

Este leproso —destacó el Papa— sintió en su corazón el deseo de acercarse a Jesús, se armó de valor y se acercó». Pero «era un marginado», y por lo tanto, no podía hacerlo». Pero «tenía fe en ese hombre, se armó de valor y se acercó», dirigiéndole «sencillamente su oración: “Señor si quieres puedes limpiarme”». Dijo así «porque era “impuro”. En efecto, «la lepra era una condena de por vida». Y «curar a un leproso era tan difícil como resucitar un muerto: por esto lo marginaban, estaban todos ahí, no podían mezclarse con la gente».

Estaban, sin embargo, prosiguió el Papa Francisco, «también los auto-marginados, los doctores de la ley que miraban siempre con ese deseo de poner a prueba a Jesús para hacerlo tropezar y después condenarlo». En cambio el leproso sabía que era «impuro, enfermo, y se acercó». Y Jesús ¿qué hizo?» se preguntó el Papa. No se quedó inmóvil sin tocarlo, sino que se acercó aún más y le extendió la mano curándolo.

«Cercanía», explicó el Pontífice, es una «palabra muy importante, no se puede hacer comunidad sin cercanía, no se puede hacer paz sin cercanía; no se puede hacer el bien sin acercarse». En realidad Jesús habría podido decirle: «¡queda curado!». En cambio se acercó y lo tocó. «Es más: en el momento en el que Jesús tocó al impuro, se hace impuro». Y «este es el misterio de Jesús: carga sobre sí nuestras suciedades, nuestras impurezas».

Es una realidad, prosiguió el Papa, que san Pablo dice bien cuando escribe: «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente esta divinidad; se despojó de sí mismo». Y después, Pablo va más allá afirmando que «se hizo pecado»: Jesús se hizo pecado, Jesús se excluyó, cargó sobre sí la impureza para acercarse al hombre. Por lo tanto, «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios», sino que «se despojó de sí mismo, se hizo pecado, se hizo impuro».

«Muchas veces —confesó el Papa Francisco— pienso que sea, no digo imposible, sino muy difícil hacer el bien sin ensuciarse las manos». Y «Jesús se ensució» con su «cercanía». Pero después, narra san Mateo, fue más allá, diciendo al hombre liberado de la enfermedad: «ve a presentarte al sacerdote y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es curado».

En resumen, «al que estaba excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad». Le aconseja: «Ve, para que todas las cosas se hagan como deben ser». Por lo tanto, «Jesús jamás margina a nadie, nunca». Es más, Jesús «se margina a sí mismo para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida». Y «esto es bello», comentó el Pontífice.

«¡Cuánta gente siguió a Jesús en ese momento y sigue a Jesús en la historia porque está maravillada por cómo habla», destacó el Papa Franciasco. Y «cuánta gente mira de lejos y no entiende, no le interesa; cuánta gente mira de lejos pero con mal corazón, para poner a Jesús a prueba, para criticarlo, para condenarlo». Y también, «cuánta gente mira de lejos porque no tiene la valentía que tuvo» ese leproso, «pero tiene muchas ganas de acercarse». Y «en ese caso Jesús tendió la mano, primero; no como en este caso, sino en su ser nos ha tendido la mano a todos, haciéndose uno de nosotros, como nosotros: pecadores como nosotros pero sin pecado; sin embargo pecador, sucio por nuestros pecados». Y «esta es la cercanía cristiana».

«Bella palabra, la de cercanía, para todos nosotros» prosiguió el Papa. Sugiriendo que nos preguntemos: «Pero, ¿yo sé acercarme? ¿Tengo la fuerza, tengo el valor de tocar a los marginados?». Y «también para la Iglesia, las parroquias, las comuniades, los consagrados, los obispos, los sacerdotes, todos», está bien responder a esta pregunta: «¿Tengo la valentía de acercarme o siempre guardo distancia? ¿Tengo la valentía de acortar las distancias, como hizo Jesús?».

Y «ahora sobre el altar», destacó el Papa Francisco, Jesús «se acercará nosotros: acortará las distancias». Por lo tanto, «pidámosle esta gracia: Señor, que no tenga miedo de acercarme a los necesitados, a los necesitados que se ven o a los que tienen las llagas escondidas». Es esta, concluyó, «la gracia de acercarme».

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